ARQUITECTURA CRITICA

Proyectos, Obras y Documentos de Arquitectura Contemporánea


Si existe la arquitectura democrática –dijo Carlos Monsiváis, autor de Días de guardar –, y es posible que sí puesto que tanto se ha mencionado a la arquitectura autoritaria, a las teorías y destrezas de Albert Speer, Ciudad Universitaria es ‘arquitectura democrática’, en el sentido de no crear barreras y no imponer la grandeza y la majestuosidad como criterios de observación.” Aquí estamos: sede central de la Universidad Nacional de México (UNAM) en ocasión de los festejos de su Centenario, la pompa y la historia hermanadas en tributo a la única institución previa a 1910 que sobrevivió a la Revolución Mexicana. Nos trasladamos al sur de la ciudad, pedregal de San Angel, enclave agreste e inhóspito conocido por sus terrenos cubiertos de lava, producto de una erupción de varios volcanes hace más de seis mil años. La composición del campus es similar a elementos del trazado de algunas ciudades prehispánicas, como el eje central de la Calzada de los Muertos en Teotihuacán y el equilibrio asimétrico de la gran plaza de Monte Albán.

1954, la fecha del cambio drástico. Por entonces, se desplazan las facultades de la UNAM del Centro, “todavía no histórico” –asiste Monsiváis, desde la multitud de reediciones disponibles en el año de su muerte– a Ciudad Universitaria y “se modifican radicalmente las ideas y las prácticas de lo universitario. La noción del campus remite por fuerza al nuevo tótem, la modernidad, el método para sentirse liberado de compromisos con un pasado que se deja ver aburrido, hostil, condenatorio”. La caminata se hace larga y gozosa en la tarde de este caliente otoño: el Jardín Botánico “Faustino Miranda”, del Instituto de Biología de la UNAM, es el más importante del país y el segundo más antiguo. La caminata cansa: inaugurada en 1952, la zona de más de 50 edificios proyectados por los arquitectos Mario Pani, Salvador Ortega Flores y Enrique del Moral supera los 170 mil m2, en el total de 730 mil que conforman todo el campus universitario.

Acto de Inauguración de la UNAM, 22 de septiembre de 1910. Tiene la palabra el ministro de la Nación, Maestro Justo Sierra Méndez.

“Me la imagino así: un grupo de estudiantes de todas las edades sumadas en una sola, la edad de la plena aptitud intelectual, formando una personalidad real a fuerza de solidaridad y de conciencia de su misión. Y que, recurriendo a toda fuente de cultura, brote de donde brotare, con tal que la linfa sea pura y diáfana, se propusiera adquirir los medios de nacionalizar la ciencia y de mexicanizar el saber.” Se lleva todo el crédito del recordatorio (y del presente: publicación de dos libros por día, dos museos, la sala de conciertos considerada entre las mejores del mundo, la formación de tres premios Nobel –Octavio Paz, Alfonso G. Robles y Mario Molina por Literatura, Paz y Química, respectivamente– y Ciudad Universitaria reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, en 2007), Don Justo Sierra Méndez, secretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes durante el gobierno de Porfirio Díaz. Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, Sierra Méndez es referido como génesis del rol sociocultural actual de la UNAM, con más incidencia en la cultura del país que el Ministerio de Cultura (nodo de arte –MUAC– y la música contemporánea –Sala Nezahualcóyotl–, el cine clásico –Filmoteca–, la televisión y la radio culturales –Radio y TV UNAM– y el campo editorial-intelectual –Editorial UNAM–). Sierra Méndez sigue siendo la personificación de un momento fundacional: la puesta en marcha de “una Universidad cuyo objetivo es mexicanizar el conocimiento”.

Sala 1, retrospectiva histórica “Tiempo universitario” (junto con ‘Cien años de pintura en la Universidad Nacional’, que se exhibe en el Museo Universitario del Chopo, son los festejos oficiales por el Centenario).

“El régimen de Porfirio Díaz era una dictadura que había durado treinta y dos años en el poder –afirma categórico el historiador Jonathan Chávez, del Museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso–. Paradójicamente, se asocia a los años de mayor estabilidad en la historia nacional del siglo XIX.” Para Chávez, cíclicamente, y al mismo tiempo paradójicamente, México se ve obligado a demostrarse que puede celebrar a lo grande y, en su primer ciclo de 100 años, “el gran evento fue reabrir la Universidad, que había quedado anclada a su origen de la época virreinal, cuando se la concibió como Universidad Pontificia (1552)”.

“¿Tenemos una historia? No.” La universidad que nace hoy no tiene árbol genealógico –dijo Sierra Méndez–. El grito libertario estallaría 58 años después, con los estudiantes masacrados, que luchaban por la autonomía universitaria y la liberación de estudiantes encarcelados por el régimen de Gustavo Díaz Ordaz, en la Plaza de Tlatelolco.

Así la recuerda el escritor Paco Ignacio Taibo II: “Fue la gran experiencia organizativa, a pesar del sectarismo de las vanguardias, no sectaria e incluyente. Jamás se dijo a alguien: ‘No entres a la asamblea’. El ’68 instaló el mito de que nos podíamos escapar de la jaula del nacionalismo revolucionario, de lo que había impuesto la Revolución Mexicana, de los gobiernos que emanaron de ella, que no serían para siempre; de que a pesar de que parecía omnipresente, era posible oponer otro mito, el mito del ’68.” Campus de Ciudad Universitaria, Pedregal de San Angel, Ciudad de México, otoño de 2010.

Ubicada en el puesto 150 en un ranking internacional de universidades, elaborado en 2008 por la Universidad Jiao Tong, de Shangai, la UNAM –que aventaja a la UBA en 43 lugares–, consiguió su mayor triunfo en 1952, cuando se inauguró su campus de la Ciudad Universitaria –patrimonio mundial–, ideado con ciertas similitudes con elementos del trazado de algunas ciudades prehispánicas. El muralismo –cuya presencia se materializa en los descomunales trabajos de Diego Rivera, Juan O’Gorman y David Alfaro Siqueiros, entre otros en el muro exterior de la Biblioteca, la Torre de Rectoría, el Estadio Olímpico y las facultades de Odontología y Medicina–, es todavía hoy representación de la identidad pictórica nacional mexicana.

Y es el protagonista excluyente del campus, en busca de una integración plástica-arquitectónica que ilustre las instalaciones con magníficas escenas de temática simbólico-realista. La imponencia del paisaje edilicio y natural que caracteriza al predio, el espectáculo de “la masa matinal” desembocando del metro a los PUMAS, autobuses que terminan en las facultades, sólo se explica –según su actual rector, José Narro Robles, si se considera que “pensar en grande ha sido una de las divisas de la Universidad a lo largo de su historia, que ha corrido paralela a la de México. Las huellas de esa relación están en las biografías del país y de la institución... La belleza y la funcionalidad de las edificaciones, de los sitios y espacios seleccionados, se mezclan con el intenso trabajo cotidiano de los universitarios”.

En el fundamento que reconoció a la Ciudad Universitaria su valor patrimonial –rango que sólo comparte con la Universidad de Alcalá de Henares, en España, y la Ciudad Universitaria de la Universidad Central de Venezuela– se especificó que “es Patrimonio de la Humanidad por ser un ejemplo sobresaliente de la consolidación de la arquitectura moderna en América Latina con reminiscencia a la arquitectura prehispánica..., por amalgamar la tradición con la vanguardia de un momento histórico”.

Gran final, frente a la visión de la versión de un escudo de la UNAM, firmada por David Alfaro Siqueiros.

Está dirigido a “un nuevo tipo de espectador –definió el artista nacional– cuyo radio visual es infinitamente mayor y más complejo que el del antiguo examinador de murales interiores”.

Como la mayor parte de la obra exhibida a cielo abierto –junto al trabajo de Rivera, O’Gorman, etc.–, Siqueiros despliega temas de inspiración prehispánica. Sus obras –contextualiza Jonathan Chávez– “representan el origen de la cultura latinoamericana. Si estamos hablando de la universidad, en el sentido de la educación y la conciencia que genera, cada mural lleva a distintas tradiciones o influencias que no están peleadas con la herencia colonial o la herencia virreinal, sino que fusionan el ideal vasconcelista de la nueva raza con la reminiscencia prehispánica, como parte de un pasado común.

El muralismo –cuya obra capital, de Juan O’Gorman se exhibe sobre el muro de la Biblioteca Central– ilustra precisamente, paso a paso, toda esa influencia. “Los temas de Siqueiros –concluye Jorge Reynoso, coordinador de gestión académica del Museo de Arte Contemporáneo– retoman las nociones de equilibrio y sentido de la justicia, combinando elementos tradicionales con una imaginería novedosa”.

Fuente: revista Ñ

NB



1 comentarios :

Arquitectura Crítica dijo...

Usaste el comentario para publicitar tu web, pero valió la pena. Saludos.

Publicar un comentario

-Su comentario aquí-
Gracias por participar.

Related Posts with Thumbnails